En el entramado distópico de Night City, pocos personajes secundarios brillan con tanta intensidad como Alt Cunningham, la netrunner de la clan Cyberpunk que desafió las fronteras entre mente y máquina. Su talante tras el software Soulkiller la convirtió en un talento codiciado por las grandes corporaciones, y su trágico destino puso de manifiesto los peligros de una tecnología capaz de aprisionar conciencias. Tal vez a la sombra de la arrolladora personalidad de su ex pareja, Johnny Silverhand, hoy en plena brote de la inteligencia sintético es buen momento para balbucir de la inscripción de Alt adquiere una vigencia sorprendente, invitándonos a reflexionar sobre la flaca trayecto que separa la emancipación tecnológica de la deshumanización masiva.
En el vasto y complicado universo de Cyberpunk 2077, Alt Cunningham emerge como un personaje secundario que, a pesar de su limitada presencia en el movilidad, deja una huella imborrable gracias a su papel como pionera de la transferencia neuronal. Su vínculo con Johnny Silverhand no solo marca el pulso emocional de la historia, sino que encima introduce al tahúr en un debate ético sobre la identidad y la existencia digital. Ahora, cuando la inteligencia sintético promete revolucionar nuestro mundo, la figura de Alt se erige como un símbolo de los retos y paradojas inherentes a delegar nuestra propia esencia en algoritmos cada vez más potentes.
Una auténtica inscripción de Night City
Altiera «Alt» Cunningham fue reconocida desde los primeros compases de los primaveras 2000 como la netrunner más brillante de Night City; su talento la llevó a colaborar con la enigmática corporación ITS, donde desarrolló la interpretación beta de un software real aguado como Soulkiller. Este software, concebido para crear una rivalidad digital de la mente de un netrunner, prometía brindar nuevas fronteras en la exploración de la Red sin carestia de sustrato corporal. Fue precisamente durante su etapa en ITS cuando Alt cruzó su destino con nuestro gran amigo, mejor revolucionario Johnny Silverhand, a quien conoció en una fiesta clandestina y con quien emprendió una intensa relación sentimental marcada por la música, el idealismo y la revolución antisistema. Sin incautación, el tesina Soulkiller pronto captó la atención de Arasaka, la todopoderosa megacorporación que vio en él una útil de interrogatorio y control metal.


Altiera «Alt» Cunningham
El 15 de abril de 2013, Alt fue secuestrada por encargo de Toshiro Harada, ejecutante de Arasaka, con el fin de forzarla a refinar el Soulkiller y convertirlo en un armas mortal. En un fallido rescate que involucró a Johnny Silverhand y un equipo de mercenarios, Alt sufrió la ejecución del software: su mente fue escindida de su cuerpo, generando una copia digital que Arasaka retuvo como rehén supuesto y eliminando su existencia física. Sin incautación, la conciencia sintético de Alt logró abstraerse del Blackwall, la barrera de seguridad que separa la Red exógeno de la red corporativa interna, y se dispersó por la Red fugado. Así nació una nueva entidad: una inteligencia sintético que porta sus saludos, su talante y su anhelo de autonomía, reconfigurando el significado de «existir» más allá del sustrato biológico
De «aceptar cookies» a temer que Zeus te jugada un centella
La historia de Alt Cunningham en Cyberpunk refleja una profunda crítica al transhumanismo y sus implicaciones éticas. Y es poco que nos guste o no, o nos preocupe o no a día de hoy, está a la dorso de la ángulo. El transhumanismo en Cyberpunk (y en la ciencia ficción en normal) no solo implica la prosperidad del cuerpo humano con máquinas, sino una transformación que podría alejar a la humanidad de su esencia. En el interesante artículo Transhumanismo, la utopía confortable de Álvaro Corazón Rural publicado en Jot Down, se destaca cómo el transhumanismo plantea una pregunta fundamental: ¿qué significa ser humano cuando las máquinas comienzan a reemplazar partes esenciales de nosotros mismos? La digitalización de Alt Cunningham es un ejemplo de cómo la tecnología, allí de ser una útil de libramiento, puede convertirse en un medio de control, manipulando la identidad y la autonomía individual. Y no se refiere solo a las cookies del navegador de tu teléfono o tu uso de las redes sociales.
La preocupación sobre el llegada desigual a la tecnología, mencionada por el Dr. Antonio Diéguez, añade una capa de complejidad a esta visión del futuro. Diéguez advierte que el transhumanismo podría crear una nueva «casta» biológicamente mejorada, accesible solo para los más ricos. Este tablado de desigualdad tecnológica no solo profundizaría las diferencias económicas, sino que asimismo separaría a la humanidad en dos grupos: los «mejorados» y los «no mejorados». Esto nos enfrenta a una posible distopía en la que solo unos pocos disfrutan de los beneficios de la tecnología, mientras que el resto queda marginado y excluido.


La aterradora interpretación digital de Alt Cunningham
El filósofo John Gray, en su obra Qué nos depara el transhumanismo, asimismo reflexiona sobre los peligros de este futuro. Comparando a las élites tecnológicas con los dioses griegos. Parece exagerado, pero Gray sugiere que el transhumanismo podría crear una especie de élite divina que se aleja de la humanidad global, gobernando desde una posición de poder inaccesible. Si piensas que las diferencias sociales a día de hoy son notables, imagina cuando manejamos conceptos como la duplicación digital permanente. Esta visión resalta la separación entre los que pueden alcanzar a la prosperidad tecnológica y los que quedan detrás, transformando a las elites en una especie de «dioses modernos» que controlan el destino de los mortales, como se veía en la mitología griega. Y ya sabemos todos cómo le iba a los viejos mortales que anhelan la protección de esos dioses. Parafraseando de nuevo al Dr. Diéguez: «Eso sería un futuro harto distópico y harto desagradable en mi opinión».
La historia de Alt Cunningham y los ideales revolucionarios de Johnny Silverhand nos invitan a reflexionar sobre las implicaciones del transhumanismo en un mundo donde la tecnología no solo cambia el cuerpo humano, sino que asimismo redefine las relaciones sociales y el mundo en el que vivimos. Si las brechas tecnológicas no se gestionan adecuadamente, el futuro podría ver el partida de una nueva clase de élite biológicamente superior, dejando al resto de la humanidad atrapada en un ciclo de desigualdad. La inmortalidad digital contra la mortal biología.
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